Estaba solo.
Caminaba por la carretera, mirando el horizonte de la ciudad que se alzaba ante él, sabedora y consciente de su realidad. Preparada. La Torre se dibujaba a lo lejos, vigilante, aun a sabiendas de que no cumpliría su misión, aquello para lo que fue creada. Unos olores y sonidos familiares quedaban a su izquierda. El Río fluía lento, impasible ante su misma existencia. Totalmente ajeno al presente, ignorante del pasado, y del futuro. Y el cielo brillaba. No habría sabido decir si era de día o de noche, pero el cielo brillaba. Y nada se movía, salvo él. Leer el resto de esta entrada »